En primer lugar es importante establecer que hay dos tipos de nulidad, la matrimonial civil y la eclesiástica, la primera es la gestionada por los tribunales civiles, es la que determina el estado civil de una persona y la segunda por los tribunales canónicos, siendo opcional ya que no afecta al estado civil, únicamente a la necesidad de la persona o cuando quiere volver a casarse a través de una ceremonia religiosa.
La principal diferencia entre la nulidad civil y el divorcio es que el matrimonio se declara nulo, esto es, como si no se hubiese llevado a cabo, siempre por una causa de vicio esencial cuando se celebró, mientras que el divorcio rompe el vínculo del matrimonio, pero este nunca deja de ser válido.
Para conseguir la nulidad matrimonial civil hay que alegar una de las causas establecidas en el Código Civil Español, entre las que podemos destacar que en el momento de su celebración no había consentimiento por cualquiera de los cónyuges, si son personas menores de edad, están vinculadas a un matrimonio anterior, por ser parientes consanguíneos o adopción, los contraídos por coacción o amenazas, etcétera.
En cambio para lograr la nulidad eclesiástica entre las causas que se contemplan se clasifican como las que afectan al consentimiento, los impedimentos y los defectos de forma, siendo necesarias para obtenerla. Entre las causas recogidas están el ser mayor de edad o tener permiso si son mujeres de 14 años o más y hombres de 16 años o más, si no pueden tener relaciones sexuales, si ya está casado, si uno de los contrayentes no está bautizado, si hay intimidación o consentimiento simulado, si no se ha seguido el procedimiento establecido en la celebración, etcétera. Algunas de ellas son insalvables, otras requieren de consentimiento expreso por parte de la iglesia.
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